(Narra, en la voz de su esposa, el asesinato de Félix de Diego compañero de servicio de Pardines Arcay el día en que ETA acabó con su vida. Pardines fue el primero GC asesinado por ETA. Once años sin tregua separaron su trágico final).
“Recuerdo que cuando volví a entrar en la cocina en compañía del único vecino que se atrevió a adentrarse más allá de la barra, me acerqué a él con miedo, y por qué no decirlo, con cierta rabia, no sé por qué, tal vez porque se había dejado matar. Quizá porque se había ido y me había dejado sola. Sí, entiendo que fue por eso. Debo entender que fue por eso. Como también el motivo por el que volví a entrar en aquella cocina. Su cuerpo lacio y desordenado sobre la mesa exhalaba soledad por todos los poros de la piel, por cierto, más amarillenta que pálida. Estaba allí, pero yo sabía que no era él, que aquello que reposaba sobre la mesa no era sino un fardo de carne y quizá huesos. Me habría gustado abrazarlo con ternura. Debí hacerlo. Pero no lo pude tocar, no lo quise tocar. El horror se expresa en el rostro como una mueca de asco, lo supe por el indiscreto reflejo del cristal del horno. Me asomé a él por no asomarme más al difunto y lo que vi me horrorizó. ¿Por qué me iba a dar asco?, ¿y, si no me lo daba, por qué aquel gesto de asco en mi cara? Lo cierto es que visto así resultaba asqueroso. Tanto que le puedo jurar que de haber encontrado el ánimo suficiente lo habría aseado, lavado, peinado y arreglado la ropa, le habría puesto colonia y tal vez cortado y limado las uñas. Lo quería limpio, porque estaba sucio, más sucio de lo que yo podía soportar y también remediar. Había manchado además la mesa, el suelo, la ropa y todo, y todo ello manchaba a su vez mi memoria. Rabia, sabe Ud., rabia buscando atajos al odio, quizá porque es más fácil odiar que amar”.
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