(Accésit Premio Internacional de Poesía “María Eloísa García Lorca!”, convocado por la Unión Nacional de Escritores de España)
El poema describe la sugerente danza que protagonizó, una serena noche de verano, una paloma que, insospechadamente, se había posado por la parte interior de la esfera del reloj de campanario de Zafra, quizá sobre el propio eje de las agujas, de tal modo que, o por la viva fuerza de su naturaleza artística o por falta de equilibrio, comenzó a realizar una serie de rítmicos movimientos que daban a su sombra, levemente velada por la alba luminosidad de la esfera, una maravillosa fuerza poética.
(Dulce Chacón, poetisa de la Zafra, del alma,
el amor y la calma)
Sobre el blanco horizonte de cal en el que se mece la plaza,
se alza, rojo farallón de fuego
en el sideral aplomo de su leve danza,
la majestuosa torre de Nuestra Señora de la Candelaria,
campanario noble que al cielo abraza.
Bajo el alminar de su esbelta cumbre
se abre, en «polifémico» vislumbre,
el albo sol que alumbra las horas chicas de la Plaza Grande.
Reloj que vela el nocturno gigante de su sereno haz
con pálidas luces, que recuerdan a las del alba,
cuajándolo de luminosa calma.
En el envés de su melancólica faz, fría estampa de carne trémula,
una paloma funámbula, encaramada en el eje de su rutina,
juega, en el afán de sostenerse, al seductor arte de desnudarse.
Extiende —parsimoniosa hasta el delirio en la ejecución de tan primoroso rito— un ala.
Con ella, traza, dispone, palpa…, busca equilibrarse,
y en el sosiego de tal ensueño la recoge,
mientras alarga, en igual ritual, la otra.
Calzándolas y descalzándolas, en la voluptuosidad de la apariencia,
de la larga seda de ese guante que es en ellas la cálida desnudez del aire.
Bambolea con donaire, de consumada bailarina, su grácil talle.
Alza y despliega, a modo de abanico, el plumaje de su cola,
a la par que deja caer, en desmayada entrega, la cabeza.
Tatuando, en tan sugerente danza, exóticas sombras chinescas
sobre los blancos lienzos de esa celeste esfera en que se contempla esta plaza con alma,
y poniendo sensual sosiego en el alegre desarreglo del nocturno de su calma.
Sentado bajo el quicio que otrora cobijara a la Dulce Chacón,
poetisa, de la calma, el amor y el alma,
la miro con el infantil arrobo que ella la contemplara en los largos días de su corta infancia.
La miro tanto, que la oigo soñar y volar en ese mar rizado de murciélagos y vencejos
(minuteros «quiciados» a su vertiginoso vuelo, ese que desquicia el sereno azul del cielo).
Y acompasado por el animoso gorjeo de la bandada de estorninos
que, cuajan, quiebran, alargan y ensanchan las altas palmeras
que a la plaza adornan y al cielo miman en el agudo verdor de sus desnudas palmas.
Arde la plaza en su calma, sostenida por ese sol de bondad y la paloma funámbula.
Torcaz que juega, en la inocencia de sus dulces sueños, a desnudar el alma,
como lo hiciera la alada poetisa en la esquina de su infancia.
No pasa el tiempo y así lo siento pasar, imaginándome paloma insomne
que dibuja sombras chinas sobre esa esfera,
tan alta, tan dulce, tan bella, tan alba, tan en calma…,
como la poeta que en esta hora en su bendita paz descansa.
En la Plaza Chica, los enamorados se besan largo
para envidia de las cortas arcadas, que dan fe en el fiel de su medida
de la desmedida fe con que los hombres tasan afanes y quehaceres.
Bajo los aleros de sus fachadas, misteriosos senderos de arañas y gorriones,
y en los altos cielos que los escoltan,
desvaídos cardenales de aviones y estelas de cigüeñas
que, al abrigo de sus nidos, sueñan con ruiseñores.
La noche se guarda celosa en un gemido de plata,
mientras abre en sus manos luminosos corredores
que van animando de risas y voces las lucernas y ventanales de Zafra.
Ya de mañana, crece en la luz el alma, se esponja en la sombra la calma,
y el reloj, paloma en vuelo, ya no calla.
Por la plaza, como por el cielo los vencejos,
vienen y van gentes calmas, descalzas, livianas, albas…(segunderos desquiciados
«quiciado» a la grave esfera de la sombra de su alma).
Por las blancas fachadas de cal y los negros balcones de forja las raudas piquetas de las sombras
van definiendo volúmenes, trazando formas…
Todo es calmo en el alma, todo es alma en la calma,
mientras, en los lejanos campos de pan sacia su hambre de luz
la alada hija de tan tentadora estampa.
Ya vendrá la noche, desnuda, despierta, descalza…
para soñar sombras de fuego sobre la serena luna de la plaza,
y yo la estaré mirando desde la dulce esquina en la que nació la Dulce Chacón,
de esta Villa, poetisa de la calma, el amor y el alma.
Dulce la nombraron por su alma y Chacón por su sangre.
Musa de melancólica sonrisa que sublimó el Helicón
y temprano nos arrebató el Parnaso,
donde reposa hecha Plaza Grande del universo chico,
el de los inmortales poetas.
Si un día camino de la zafra pasas por Zafra,
detente en la esquina menor de la Plaza Grande,
y déjate seducir por esa paloma de sombra que viste de edén
el desnudo jardín de sus sueños
y se desnuda con frescura en el vestido desdén de sus ropas.
Prendas que van escribiendo, al caer,
nanas de seda sobre el azul satén de sus mansas noches.
Villa de Plaza Chica y Plaza Grande velada como ninguna
por el sol nocturno de su torre gigante,
su paloma de sombra y su mujer de raza, la de la eterna Zafra,
la Dulce Chacón, poetisa del alma, el amor y la calma.
José Alfonso Romero PSeguin